Año 1989
Género Comedia
Duración 106 min
País EEUU
Director Lewis Gilbert
Guión Willy Russell
Música Marvin Hamlisch, Willy Russel
Fotografía Alan Hume
Productora Paramount Pictures
Intérpretes Pauline Collins, Tom Conti, Alison Steadman, Julia McKenzie
42 años. Ama de casa. Hijos mayores que inician sus propios caminos. Un marido que no la aprecia. Años y años dedicados al hogar. Rutina. Monotonía. Aburrimiento. La compra, la limpieza, las tareas y los recados del hogar… Y mucho tiempo en soledad para pensar. Pensar en la juventud perdida. En aquella Shirley Valentine rebelde que se perdió a medio camino entre un suspenso en el instituto y un marido pasivo.
Hablar con la pared, chismorrear entre amigas feministas o darle carne cruda al perro de la vecina se convierten en las aventuras más arriesgadas para una joven soñadora que vive encerrada en una mujer adulta, en plena crisis de la pérdida de la juventud y la no vejez, y que se derrumba ante la imposibilidad de “tirarse de la moto”… Es la decepción personificada. Shirley Valentine se mira al espejo y no se reconoce, porque Shirley Valentine murió. Pasaron los años, y murió. Enclaustrada en el paso del tiempo, se da cuenta de que no ha hecho nada. De que sus sueños han caído. De que no le queda demasiado y, aún así, lo tiene todo por hacer.
Sin embargo, un día una de sus amigas le ofrece la posibilidad de cambiar. De dar un giro a su vida y le propone hacer un viaje a Grecia. Aunque no se siente realmente capacitada para dejar a su marido desagradecido unas semanas sólo, y todo lo que encuentra son obstáculos a su decisión de vivir, da el paso y se marcha con ella.
Hablar con la pared, chismorrear entre amigas feministas o darle carne cruda al perro de la vecina se convierten en las aventuras más arriesgadas para una joven soñadora que vive encerrada en una mujer adulta, en plena crisis de la pérdida de la juventud y la no vejez, y que se derrumba ante la imposibilidad de “tirarse de la moto”… Es la decepción personificada. Shirley Valentine se mira al espejo y no se reconoce, porque Shirley Valentine murió. Pasaron los años, y murió. Enclaustrada en el paso del tiempo, se da cuenta de que no ha hecho nada. De que sus sueños han caído. De que no le queda demasiado y, aún así, lo tiene todo por hacer.
Sin embargo, un día una de sus amigas le ofrece la posibilidad de cambiar. De dar un giro a su vida y le propone hacer un viaje a Grecia. Aunque no se siente realmente capacitada para dejar a su marido desagradecido unas semanas sólo, y todo lo que encuentra son obstáculos a su decisión de vivir, da el paso y se marcha con ella.
A esto, debo añadirle las impresionantes fotografías. En ellas podemos ver reflejada la evolución del personaje. Un comienzo gris, oscuro, nublado y triste con calles sombrías y solitarias que da paso a una luz brillante y casi cegadora que se refleja en el mar, regalando al espectador unos preciosos atardeceres y contraluces que nos acercan un poquito más a los sentimientos de los protagonistas.
Una película que narra la vida de tantas mujeres. Una historia tan real. Todas somos Shirley Valentine. Todas somos jóvenes y queremos cumplir sueños. Queremos viajar, conocer preciosos lugares y personas que nos aporten especiales experiencias. Y queremos vivir y exclamar que somos felices y mujeres queridas. Sin embargo, la realidad se aleja de eso cada día. Y todas deseamos gritar, aunque permanezcamos calladas.
Shirley Valentine es valiente, y se enfrenta a sí misma. Y se tira de la moto. Y se enamora de la vida. Y grita.